martes, 1 de mayo de 2007

La poesía es una empresa que lleva una vida: Entrevista con Rubén Jacob. Por Eduardo Jeria Garay (publicado en Antítesis)

Fantasmal, por decir lo menos, es la presencia de Rubén Jabob en la literatura nacional. Si bien ha sido lector y escritor desde sus años mozos, sólo en la edad madura publicó su primer libro de poemas. “The Boston Evening Transcript” (Ediciones Carpe Diem, 1993) se llama este trabajo, donde realiza variaciones sobre un poco conocido poema de T. S. Eliot. Por este libro recibió el premio del Círculo de Críticos de Arte de Valparaíso. Luego de la gran recepción de esta opera prima, Jacob publica “Llave de Sol” (Ediciones Altazor, 1996), libro donde el poeta compone una serie de textos en torno a la experiencia musical. Asimismo una segunda edición de “The Boston...” fue lanzada por Altazor el año 2004. Su obra lentamente se ha abierto paso entre jóvenes y viejos lectores, hasta transformarlo en un nuevo referente de la poesía escrita en Valparaíso...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fantasmal, por decir lo menos, es la presencia de Rubén Jabob en la literatura nacional. Si bien ha sido lector y escritor desde sus años mozos, sólo en la edad madura publicó su primer libro de poemas. “The Boston Evening Transcript” (Ediciones Carpe Diem, 1993) se llama este trabajo, donde realiza variaciones sobre un poco conocido poema de T. S. Eliot. Por este libro recibió el premio del Círculo de Críticos de Arte de Valparaíso. Luego de la gran recepción de esta opera prima, Jacob publica “Llave de Sol” (Ediciones Altazor, 1996), libro donde el poeta compone una serie de textos en torno a la experiencia musical. Asimismo una segunda edición de “The Boston...” fue lanzada por Altazor el año 2004. Su obra lentamente se ha abierto paso entre jóvenes y viejos lectores, hasta transformarlo en un nuevo referente de la poesía escrita en Valparaíso.
Nacido en Santiago y con una plácida niñez en Angol, y Limache, estudió derecho en los años sesenta. Lector caótico como él mismo se define y dueño de una biblioteca nutrida que es casi un mito entre los más jóvenes, Jacob nos recibe en su despacho en pleno centro de Quilpué, su ciudad de residencia. Abogado de profesión, como le gusta decir, y melómano hasta la médula, es flanqueado por sus libros de derecho y un gato, que le da un toque de excentricidad a la pequeña y sencilla oficina.

La pregunta obligada para todo lector de Rubén Jacob es ¿por qué escoger el poema “The Boston Evening Transcript” como ancla de su primer libro? ¿Dónde surge el conocimiento de este poema? ¿Qué le inspira de él?

Creo que la primera vez que conocí algo de ese poema, no fue leyéndolo sino a través de un ensayo sobre el cine, muy corto, de Baldomero Sanín Cano, un ensayista colombiano muy bueno. Y ahí establecía una relación entre ese poema con el cine. Ahí fue la primera vez que supe de él. Después encontré el poema. Había estado leyendo en esa época, también, “El Aleph”, y encontré una similitud con “The Boston…”. Tanto en el poema como en “El Aleph”, ocurre que desde cierta parte, ves todo; en “The Boston…” es la calle, y en “El Aleph” es la esfera. Entonces me dije “a ver, en el Boston dice que en el fondo de la calle aparece La Rochefoucauld; como si La Rochefoucauld fuera el tiempo… aquí puedo poner a cualquier personaje que me interese, porque está el esquema listo. Puedo ponerme a mí, puedo ponerte a ti” y ahí empecé a hacer variaciones, eligiendo a personajes que estuvieran en el fondo de la calle. Hay algunos que son literarios. Por ejemplo, aparece Jeeter Lester al fondo de la calle. Ese es un personaje de una novela de Caldwell que se llama “El Camino del Tabaco”. En otra, aparece en el fondo de la calle Ferdinand Bardamu y Robinson León, que son dos personajes de “Viaje al Fin de la Noche” de Céline. Y así fui buscando y buscando personajes e incrustándolos en el poema. Hay uno que me gusta mucho, creo que es el XXIII, donde la variación incluye sólo personajes de Beckett: está Molloy, está Malone, está El Innombrable; y los mezclo con mi casa, con mi señora. En otra variación sale Marcel Proust, tosiendo, que venía llegando Combray. Y me salió en un tiempo relativamente corto, en un año lo escribí. Te das cuenta que el esquema del poema es introducir un elemento ahí, al fondo de la calle.
La idea del poema, me surgió, fíjate qué curioso, de una cosa muy particular. Resulta que tengo una prima muy querida, y yo la llamé un día “prima Gabi” y no sé por qué yo, inconscientemente la asocié con prima Harriet. Me dije entonces ¿por qué no ponerle “prima Harriet” a un poema? Allí empecé con las variaciones.

¿Quiénes conocieron el manuscrito?

Me acuerdo, también, que el primero que conoció la intención de ese libro fue Juan Luis Martínez. Éramos muy amigos. Juan Luis estaba bastante enfermo y me dijo “no, yo no voy a alcanzar a ver tu libro terminado, así que te lo vea y te lo revise Marcelo Novoa”. Y Marcelo revisó la primera edición y consiguió la imprenta. Una edición más o menos tiesa (risas). Se hicieron quinientos ejemplares y salieron como ciento cincuenta libros malos. Para más remate cuando iba como en la mitad del libro le escribí al Cónsul de Chile en Boston preguntándole si él podía averiguar si ese diario en verdad existió allá. Y realmente había existido, pero ya no salía, y me mandó un facsímil de otro diario que se llamaba “The Daily Evening Transcript” y aquí lo arreglamos con el Marcelo Novoa y quedó igual que el otro. Ese facsímil se lo llevó el Marcelo y lo perdió, se le cayó en la calle. Pero seguimos adelante. Al final salió.

Se perdió en la calle y en el tiempo.

Se perdió en el fondo de la calle.

¿La traducción que sale en la primera edición es suya?

No, esa traducción es de Alberto Girri, un argentino, con otro más que no me acuerdo quién es. La ilustración de portada también es una calle; es una pintura de De Chirico y se llama “Melancolía y Misterio de una Calle”. Hay una mujer corriendo con el aro. Esa podría ser la prima Harriet, la que sale en el poema.

Que curiosamente se parece a la niña del aro, el cuadro de Alfredo Helsby. Como si el paseo Atkinson de Valparaíso también fuese la calle de Eloit y de De Chirico

Sí, se parece. Es curioso como son las cosas.

La idea de la calle y del Aleph guardan similitudes con un concepto que Foucault llamó “el panóptico”, un lugar desde donde se pueden ver todos los lugares, para castigar y vigilar. Y Ud. de alguna manera con el libro le da una mirada a la sociedad desde el fútbol hasta los traficantes de armas; una mirada a la historia desde la revolución francesa hasta los desaparecidos; al arte, desde el cine hasta la literatura más pop. Así este libro se torna muy ambicioso ¿Comenzó a escribirlo con esa ambición?

No, se fue dando en la composición. El esquema más simple es, simplemente, poner personajes al fondo de la calle, elegidos arbitrariamente a mi gusto. Por eso puse cosas triviales, como jugadores del partido de Uruguay con Brasil, la famosa final del Maracaná.

Obdulio Varela.

Obdulio Varela y otro que tenía un nombre que me fascinaba: Schubert Gambetta y claro. Hay otros personajes.

La variación sobre el poema revela un interés más amplio en Eliot. ¿Cómo es su relación con Eliot?

He leído casi todo lo que hay disponible en castellano de Eliot. También tengo lo original en inglés, por supuesto. De los “Cuatro cuartetos” tengo cuatro ediciones. De “La tierra baldía” tengo tres ediciones. Incluso tengo los “Cuatro cuartetos” leídos por el mismo Eliot. Tengo ediciones buenas, como las de la Universidad Autónoma de México. Comencé leyendo “La Tierra Baldía”, en un libro que le compré a Juan Luís Martínez, que se lo había robado del Instituto chileno-norteamericano. Hay otra edición muy bonita, también, de unos libros que trajo Librería Altazor, de una Editorial que desapareció, ahí también compré ”La Tierra Baldía”. Y Juan Cameron, cuando volvió a Chile, me trajo una biografía de Eliot, de Peter Akroyd. Completísima. Eso sí lo que más le he leído es su poesía, porque no he leído mucho sus ensayos. Él era un excelente crítico, pero no me he interiorizado bien en el tema. No soy muy bueno para leer ensayos.

¿Siente cierta afiliación o consonancia entre su poesía y la de Eliot?

No creo. Creo que la pura forma, en este poema preciso. Similitudes hay siempre con cualquier poeta, porque hay temas permanentes, como el tiempo, la muerte, el desgaste, el amor. Son cosas que siempre van a aparecer en un poema; y en Eliot, el tiempo es una presencia muy fuerte, algo que siempre está ahí.

¿Es una de sus obsesiones el tiempo?

Una preocupación, dijéramos, más que una obsesión. Porque no te puedes desprender de él. Además, cuando uno está más viejo, necesariamente, el tiempo empiezas a considerarlo también. Es la medida de la muerte.
Lo otro que podría señalarte de este libro es que hay muchos versos que no son míos, son introducidos especialmente, pero son versos de otros poetas. Hay versos de Georges Simenon, de Yeats, de Neruda, y de otros que ya ni me acuerdo; pero es válido, es intertextualidad. Algunos poetas los citan y dicen “este verso es de fulano de tal”, pero en “The Boston” van inmersos en el poema y yo siento que ahí no hay plagio ni copia.

En la contratapa de este libro Marcelo Novoa dice que este tomo “es el recuento de una vida dedicada a la lectura”. Borges mismo, del que ya hablamos, decía que se enorgullecía mucho más de ser un gran lector que un gran escritor ¿Qué es para Ud. la actividad de la lectura?

Yo concordaría con él. Creo que soy un gran lector de novelas, de poesía, de algunos textos de historia. Desde muy joven leí harto; estoy siempre leyendo. Sin embargo, soy muy desordenado, no tengo una disciplina para leer; pero creo que todo lo que uno ha leído durante su vida después se resume en un acopio de experiencias, que maneja, en la memoria. No leo con el ánimo de aprender ni de culturizarme, leo porque me gusta.

Junto con esa mirada que podríamos llamarla “la mirada literaria”, el libro, permite hacer una lectura autobiográfica. No es casualidad, a mi modo de ver, que el libro parte y se cierra, exceptuando la coda, con la imagen del padre, la imagen de la vida familiar. Eso me lleva a pensar que Ud. está haciendo un recuento, también, de su vida y haciendo un recuento de lo que ha sido el vivir.

Sí. Lo que sucede es que hubo un tiempo en que yo no me llevaba bien con mi padre, por eso es que aparece ese poema que dice que al final nos reconciliamos. Y el recuento de la vida en la casa con la familia, claro. Fue una buena vida. Tuve un hermano que murió a los cincuenta y dos años y tengo una hermana que tiene poco menos edad que yo. Por eso toqué ese tema y lo he puesto en la variación primera. Después no me acuerdo muy bien si hay una cosa autobiográfica en las otras variaciones, pero siempre son cosas propias las que aparecen en los poemas. Hay un poema en el que le hablo a mi señora y le digo que se puso un sombrero negro, lo que tiene un cierto toque borgiano. Eso, evidentemente que es un aspecto autobiográfico.

¿Siente que con el libro salda alguna deuda personal?

No. Creo que eso estaba pendiente en mí y simplemente salió. No fue un proyecto enteramente planificado. Simplemente empecé y se fue dando. No tenía un esquema para concretar el libro, salvo el hecho de tener el poema e ir llenando con aquello que está en el fondo de la calle, pero no más que eso.

¿Cuál fue su sentimiento después de publicado el libro?

Como me decía ahora un amigo “tu libro va a hacer su propio camino”. Después de publicado el libro escapa a uno, ya no puedes manejarlo. Y el libro fue bien recibido. Recuerdo que una vez me llaman por teléfono y me dicen “es muy bueno tu libro, lo mejor que se ha hecho en Valparaíso en los últimos veinte años; tú hablas con Gonzalo Rojas”. Entonces yo pensé que me estaban jugando una broma. Pero después de conversar unos minutos efectivamente era él, me estaba llamando. Lo conoció a través de un abogado de Valparaíso que es un gran lector de poesía y compra libros, que se llama Antonio Pedrals y que es un gran amigo de Rojas y de Pedro Lastra. Y por ahí el libro fue encontrando su camino. Después, salió una crítica muy buena en la revista del Instituto de Letras de la Universidad Católica de Santiago, de un crítico ecuatoriano que se llama Miguel Gomes. Y lo que fue muy hermoso, también, fue la presentación que hizo Virgilio Rodríguez de la primera edición. Recuerdo que se lanzó esa edición en el café Turri, ahí la hicimos. Estaba vivo todavía Hugo Zambelli, estaba Marcelo Novoa

Hay una serie de autores a los cuales alude y, algunos de ellos, uno tiene la sensación de que están asociados con la imagen de añoranza, por ejemplo, el mismo Borges, Eliot, Juan Rulfo. ¿Es un libro que habla del tiempo perdido, como Proust? ¿De qué tiempo perdido se trataría?

Del tiempo en que uno podría haber hecho algo mejor, de la juventud. Uno nunca tiene muy claro si todo tiempo pasado fue mejor. Es la memoria que va aflorando con todo lo que se tiene adentro.

¿Desde cuando escribe Ud.?

Desde muy joven, a los diecisiete o dieciocho años. Pero de eso no hay nada, unas pocas cosas guardadas por ahí, muy pocas, del año sesenta y cuatro. Yo tenía en esa época treinta y cinco años. Tengo unos poemas guardados, pero no van a ser publicados.

¿Y por qué la decisión de publicar este libro y a una edad madura?

Porque conversando con Juan Luis Martínez y Marcelo Novoa, me dijeron “esto tienes que publicarlo, vale la pena”. Juan Luis supo del libro cuando iba en la mitad, en la variación quince aproximadamente. Allí le hablé del libro y alcanzó a leerlo. “Esto hay que seguirlo”, me dijo… y seguimos. Yo nunca había estado metido en el mundillo literario. Hacía mis asados con mis amigos literatos en mi casa, pero no me pasó por la mente publicar, pero ellos me convencieron.

Habla usted de “amigos literarios” ¿cómo llegó a conocerlos?

Algunos, de estudiante. Otros, por las librerías. Por Altazor, cuando en 1 Norte con Libertad, ahí claro, llegaba gente y nos conocíamos. Y después, como yo tengo un patio muy grande en mi casa, ahí nos juntábamos seis o siete, Juan Cameron, Carlos León, Marcelo Novoa, Juan Luis, Jorge González Mancilla. Asado por las tardes, después leíamos. Era muy bonito.

Desde el principio el libro toma un ritmo que bordea el endecasílabo, con verso libre, pero en el que el oído reconoce un patrón. ¿Cómo trabajó el ritmo en el poema? Considerando además, que el original en inglés lleva, obviamente, un ritmo muy distinto ¿cómo se produjo ese diálogo?

Mira, para serte franco, creo que eso salió solo, yo no me propuse darle un ritmo determinado. Por la forma fue dándose así. Incluso, me parece que en el artículo de Miguel Gomes habla de que tiene ese ritmo y, de repente, hacia la mitad, va decreciendo un poco y después, otra vez, aparece. Pero no fue premeditado, se fue dando en el proceso de composición.

¿Cómo se ve el fenómeno de la traducción? Porque esto, si bien no es una traducción, de alguna manera, es un libro que está escrito en consonancia con la idea de la traducción.

Siempre se ha dicho que es imposible traducir poesía, pero yo pienso que si el traductor que ha leído poesía y domina los idiomas, algo del poema original, del idioma original, pasará al otro. Si no, tendríamos que leer a los griegos en griego. No podrías leer a Seferis, ni a Kavafis, a ninguno. No podrías leer tampoco a Maiakovski. Entonces, creo que, de alguna manera, aunque se pierda algo, la traducción es posible.

¿Cómo se relaciona Ud. respecto de la música? Cómo se relaciona con temas como la disonancia, o con compositores como Beethoven, por ejemplo?

Si tú me dices “disonancia”, técnicamente no te podría lo que es, pero en el libro “Llave de Sol”, hay algunos poemas sobre música contemporánea dodecafónica, donde habría disonancia. Ahí hay un poema dedicado a la sublírica de Alban Berg, ahí yo creo que habría disonancia, pero no podría mezclar eso con el ritmo de la poesía.

¿Ud. cree que la música y la literatura son dos lenguajes intraducibles? Porque el libro “Llave de Sol” intenta tender puentes.

Quizás. Yo, en “Llave de Sol” lo que intenté fue transcribir mis vivencias como melómano. Cuando estábamos en segundo año de leyes, íbamos a la casa de un amigo y decíamos “ya, hoy día vamos a escuchar la sinfonía Nº 7 de Beethoven… ¡todo el día! Pero por seis directores distintos”- todo el día escuchando, por Bruno Walter, por Furtwangler, por Kart Böhm, von Karajan; así fuimos aprendiendo música. Hay un texto ahí que se llama “Canciones sin Palabras”, que es de Mendelssohn ¿Por qué me recuerda tanto él? Porque en mi casa mi papá siempre ponía ese disco los domingos en la mañana. Entonces uno va, como se dice, habituando la oreja. El libro “Llave de Sol” no es realmente un libro de traducción, en el sentido que habíamos conversado recién, sino, más bien, un libro de la experiencia musical.

¿Y cómo es la experiencia musical? ¿Cómo la definiría usted?

La experiencia musical es escuchar música. Si quieres conocer la literatura, tienes que leer. Aquí hay que escuchar; si tu vas a ser músico profesional, tienes que escuchar, habituar el oído. Cuando uno habitúa el oído Tú llegas a poder distinguir algún director, porque dirige de determinada manera, tal como un escritor puede escribir de determinada manera y tiene un estilo. Un director de orquesta sinfónica tiene un estilo y tú los reconoces. Por ejemplo, en la 5ª Sinfonía de Beethoven, cuando la dirige Furtwangler y cuando la dirige Toscanini hay, más o menos, entre cinco y ocho minutos de diferencia. Furtwangler dirige mucho más lento, tiene un fraseo pausado; Toscanini es más “a caballo“.

Desde el mismo punto de vista experiencial ¿qué diferencia hay entre el lector y el melómano? ¿O tiene perfiles similares?

Yo creo que tiene perfiles, más o menos, similares, porque normalmente, la persona que tiene una sensibilidad para la literatura, la poesía, llega a la música, accede a la música. Diría que es más difícil llegar a la música clásica que a la literatura, pareciera que una precede a la otra. Si tú quieres escuchar, por ejemplo, la “Suite para Cello Solo” de Bach, tienes que tener un acopio musical antes y, a lo mejor, también de lectura ¡pero es la Suite para Cello Solo! O para las tocatas para órgano de Bach, hay que tener un acopio de sensibilidad. Si tú quieres escuchar los cuartetos de Schubert hay que habituar la oreja: miles de horas escuchando. Ahora, me gusta toda la música. Yo soy tanguero también…

Y el tema del silencio une a la música y la literatura…

Al silencio se lo escucha. Nunca hay silencio total, siempre hay pájaros, el ladrido de un perro y ese otro silencio que se produce después de escuchar una obra musical que te gusta mucho, ése sonde la obra queda dando vuelta. Ese silencio que se produce después de haber escuchado una música es un silencio decantador, que te tranquiliza.

Y relacionado con el silencio, de alguna manera, hay una actitud vital en Ud.: la actitud de retirarse, de estar ajeno al bullicio literario. Escasamente lo vemos en lecturas ¿eso es una postura vital relacionada con el silencio?

Bueno, de partida no es una pose, lo que pasa es que eso nace, nada más. Nunca me ha interesado entrar al mundillo literario, ni nunca he hablado con nadie para que comente mis libros; o sea, lo que se ha dado, se ha dado naturalmente. Yo nunca le pedí a Pedro Lastra que escribiera o que hablara con Gomes para que escribiera sobre el libro, ni tampoco hablé con Gonzalo Rojas, ni hablé con nadie; se ha ido dando. Ahora me he estado soltando un poco más y he ido a algunas partes a leer: fui a la Arcis y fui, como un año antes, a la subida Ecuador, donde me invitó Sergio Madrid. Pero en fin, dos o tres veces las que he ido. Pero no es presupuestado. Casi nunca voy. Pero tengo mis amigos literatos y aquí, en mi casa, con un grupo de abogados que hay -casi todos leen bastante- siempre que hacemos alguna reunión y terminamos leyendo poesía.

En “Llave de Sol” hay un poema que juega con nombres de obras de Manuel de Falla y dice: “En este hondo resumen de vivir/ ¿gané o perdí conociendo noches en los jardines de España?/, del amor brujo, la vida breve” y para finalizar esta conversación me gustaría preguntar si siente que la poesía también es una forma de ganar esas noches y de resolver esa pregunta.

Yo creo que es difícil decir, racionalmente, si gané o perdí. Simplemente, en una mirad existencialista, diría que existí y viví, pero si gané o perdí: no podría señalarlo. Creo que más gané.

¿Y la poesía tuvo que ver en esta sensación de ganar?

Yo creo que sí. La poesía es una empresa que lleva una vida.

Diciembre de 2006