miércoles, 26 de marzo de 2008

Ética y poética del hombre invisible: siete notas sobre la escritura de Ennio Moltedo Adolfo De Nordenflycht Bresky (publicado en Revista Signos,PUCV)


1. Pero alguien, aislado, sin ser reproducido ni aparecer en las pantallas, en silencio y con actos distintos... (Playa de Invierno, pág. 17). La obra poética de Ennio Moltedo (Valparaíso, 1936) publicada hasta el momento, comprende los siguientes títulos: Cuidadores (1959), 31 págs.; Nunca (1962), 42 págs.; Concreto Azul (1967), 60 págs.; Mi Tiempo (1980), 60 págs.; Playa de Invierno (1985), 63 págs.; Día a Día (1990), 88 págs; Regreso al Mar (1994), 105 págs.; Las cuatro estaciones (plaquette.1996), La Noche (1999), 60 págs. Pese a que la mayoría de estos títulos han merecido en su oportunidad algún galardón, las circunstancias y los tiempos no han permitido siempre una aproximación crítica justa sobre la totalidad de una obra que Moltedo construye entregado sólo a su oficio, sin concesiones a modas literarias más o menos pasajeras ni a estridencias supuestamente innovadoras. Por ello, tal vez, en este país de olvidos, se mantiene una deuda de reconocimiento con este "hombre invisible" de la poesía chilena (como en una oportunidad lo llamara Carlos León); invisible mientras no se quiera, o pueda, volver a ver la indestructible y misteriosa conexión entre vida y poesía, entre palabra y destino humano que alienta en su escritura.

1 comentario:

Eduardo Jeria Garay dijo...

1. Pero alguien, aislado, sin ser reproducido ni aparecer en las pantallas, en silencio y con actos distintos...
(Playa de Invierno, pág. 17).

La obra poética de Ennio Moltedo (Valparaíso, 1936) publicada hasta el momento, comprende los siguientes títulos: Cuidadores (1959), 31 págs.; Nunca (1962), 42 págs.; Concreto Azul (1967), 60 págs.; Mi Tiempo (1980), 60 págs.; Playa de Invierno (1985), 63 págs.; Día a Día (1990), 88 págs; Regreso al Mar (1994), 105 págs.; Las cuatro estaciones (plaquette.1996), La Noche (1999), 60 págs.

Pese a que la mayoría de estos títulos han merecido en su oportunidad algún galardón, las circunstancias y los tiempos no han permitido siempre una aproximación crítica justa sobre la totalidad de una obra que Moltedo construye entregado sólo a su oficio, sin concesiones a modas literarias más o menos pasajeras ni a estridencias supuestamente innovadoras. Por ello, tal vez, en este país de olvidos, se mantiene una deuda de reconocimiento con este "hombre invisible" de la poesía chilena (como en una oportunidad lo llamara Carlos León); invisible mientras no se quiera, o pueda, volver a ver la indestructible y misteriosa conexión entre vida y poesía, entre palabra y destino humano que alienta en su escritura.

En efecto, la palabra de Moltedo se distancia de la altisonancia y del experimentalismo superficial para dar cuenta, en vez, de una experiencia poética auténtica, a través de la configuración de un universo trabado v coherente, animado por una personal comprensión de la existencia. De modo que el conjunto de la producción de Moltedo se revela como una propuesta en sucesión, una obra en marcha que se profundiza y enriquece con cada poema, con cada libro, con cada giro, los cuales se corresponden y reflejan como las piezas de un prisma. Sin duda que esta modalidad de la escritura de Moltedo plantea una tarea compleja y extensa para el análisis detenido de su obra. Nos limitaremos entonces en estas notas a señalar algunas posibles vías de acceso a su universo poético.

Frente a otros poetas de su promoción, Moltedo se singulariza por practicar un discurso de transparente y decantado lirismo que termina paradójicamente por elegir la prosa poética como forma de expresión Esta calidad lírica sustancial provee el trasfondo continuo sobre el que se teje -adquiriendo peso y significación- la trayectoria de su obra en que las diversas redes temáticas van organizando un mundo ordenado con la certidumbre de una siempre redescubierta nostalgia. El itinerario creativo de Moltedo puede concebirse, de manera muy sintetizada, como la inscripción de una espacialidad cuyos extremos -entre los que discurre y se dilata, engendrando tal espacio- resultan marcados por la melancolía y la meditación. El eje de este desarrollo, que conduce de la melancolía a la meditación, lo constituyen los poemas centrales de Concreto Azul, volumen que representa la madurez de la personalidad poética de Moltedo y que delimita las etapas de su evolución.

2. Los hijos solitarios han elevado un mirador
(Nunca. Pág.17).

La primera instancia constitutiva del proceso creador de Moltedo se sustancia en Cuidadores y Nunca, y está caracterizada expresivamente por un predominio de poemas de mediana extensión que en el segundo libro se van haciendo más extensos hasta alcanzar la línea y el ritmo de la prosa que se afirma definitivamente en Concreto Azul. En Cuidadores se configura temáticamente el tratamiento de la infancia entendida como un reducto de la libertad y la plenitud -segregado del mundo de la realidad habitual, el mundo 'adulto'- en el cual se entrelazan indistintamente las situaciones y los elementos legendarios de las lecturas de la infancia. El poeta se erige en guardián de ese espacio, y su palabra cuidadora pone en escena el teatro de la niñez que intenta recuperar nostálgicamente un tiempo regido por el deseo y la fantasía sin limitaciones.

En Nunca, la temática de la infancia se ahonda al investirla con la experiencia biográfica del enunciante, de modo que el texto deviene crónica lírica-fragmentaria, sugerente, interiorizada de la historia personal y su entorno inmediato. Se abandona así, paulatinamente, la referencia a motivos y figuraciones legendarias. Nunca se endereza a configurar un mito personal de la infancia, poetizando lugares (plazas, paseos, patios, bodegas, estaciones, comedores, etc.), e insistiendo en la consideración de la infancia como un espacio edénico, en el que los sujetos de los enunciados quieren permanecer reteniéndose ante la existencia adulta.

El cielo de la infancia se corona con el surgimiento de la figura femenina ("La joven", "la niña", "Virginia", etc. cuya nubilidad idealizada focaliza las pulsiones erotizantes del deseo. La coronación de la infancia es al mismo tiempo su cumplimiento, su término. Cerrado el despliegue de esta configuración discursiva, otros núcleos temáticos la relevan generando nuevos ámbitos simbólicos que adquirirán un desarrollo posterior: la pasión amorosa, el mar y el acto de escribir. Pero más que la complejidad o la originalidad temática, lo que imprime un rango lírico puro y conmovedor a estos libros, es la levedad de un canto en el que trasciende, más allá de la sensorialidad impresionista, una impalpable pero sostenida emoción de misterio.



3. Tendrás que aprender mi lenguaje
(Concreto Azul, pág. 31).

En Concreto Azul, volumen dividido en tres secciones numeradas, se reelaboran los temas de la infancia, el mar y el amor, desde la perspectiva de la meditación acerca deellos, lo cual, a su vez, involucro la reflexión sobre el propio quehacer poético. De este modo va ganando terreno una modalidad de discurso que busca plantear con libertad y en forma incisiva, cuestiones, dudas, angustias. La poesía de Moltedo adquiere en este libro un dramatismo sorpresivo y hondo, que da cuenta del extrañamiento del sujeto (otro aspecto de su radical marginalidad) mediante imprevistas interrogaciones y frases sentenciosas suspendidas que segmentan el discurso y le imprimen un ritmo acezante. El texto parece dialogar consigo mismo, diciéndose y desdiciéndose, mostrándonos sus propios fantasmas. Este dialoguismo abre al interior del poema un doble fondo, una suerte de escenificación del constante propósito de mutua fecundación entre realidad y deseo que es patrimonio compartido por toda la poesía moderna.

Desde esta perspectiva, la escritura de Moltedo alcanza su expresión más ajustada en los poemas de la sección segunda de Concreto Azul , muchos de los cuales manifiestan el propósito de reflexión sobre el quehacer poético ya desde sus títulos: "Creación", "Objeto", "Imagen", "Formas", "Mudos", "Silencio". La sección se completa con la intercalación de poemas que desarrollan el tema erótico-amoroso: "Amor", "Momento", "Amores", "Muy dulce", "Eterna", "Ir". En estos poemas, por una parte, la persona subjetiva es representada en el discurso indistintamente por "yo" o por "nosotros", de modo que la posición del sujeto es inestable, oscilando entre dos extremos: la radicalización en la persona estricta, en cuyo caso siempre parece asociada a la figura del contemplador distante y meditativo, o la amplificación del sujeto, anexándose a una globalidad que puede valer en unas ocasiones por "yo + tú" y, en otras, por "yo + lo otro". Por otra parte, la persona no subjetiva (evidenciada en toda esta sección por "tú", o perceptible en las desinencias verbales como segunda persona), resulta globalmente asociada a dos marcos referenciales internos: la serie amorosa y la serie poética. De modo que también "tú" resulta escindido y ambivalente. Inversamente, objeto erótico y objeto poético se (con)funden en la medida que lo que se predica de uno es predicado del otro. Ambas isotopías se entrecruzan y enmascaran mutuamente; aunque el abundante predominio léxico de la isotopía "poética", "escritural", ordena la lectura a una comprensión del discurso autoconsciente que dice de sí mismo su adscripción poética, reflexionando sobre el proceder de su génesis v concreción. El juego de las relaciones que se establecen entre el sujeto y el objeto del deseo (aquí te digo con palabras claras, con cubos negros, que te deseo, pág. 36) articula un cierto hilo argumental dramático que organiza de manera subyacente la concepción del hacer poético sustentada por Moltedo, conforme a los siguientes nudos fundamentales:
- "Tú" ("ella"): la poesía entendida como lo otro numinoso, lo "sagrado", transformadora del mundo cotidiano; indiferente al lenguaje en que se manifieste y en gran medida inefable (nunca sabremos descifrar estas mudas palabras. allá, en tu esfera, entre nubes, esperando, pág. 40).

- "Yo", "nosotros": el sujeto caracterizado por el ansia de acceder a un estado dichoso de comunión con el "tú" (y es una gran dicha reencontrarla a trozos, completar el resto de los años, pág. 44).

El encuentro se produce, o no, en conformidad a posibilidades y limitaciones derivadas de la naturaleza propia de sus actores:

- La poesía soberana en su advenimiento (Sin llamarte, sin grito claro viniste a mí, pág. 43).

- El sujeto (cuyo oficio escritural dispone y ensaya las vías de tal acontecimiento) adoptando dos actitudes definitorias: Convocación (tendrás que aprender mi lenguaje, pág. 31, Cualquier signo que te nombre, que sea de los míos, pág. 33) y espera (espero traduciendo el ritmo de las ondas, tu paso, pág.33, Y allí esperar diez segundos como quien no espera nada, pág.35). A partir de estas actitudes, la escritura poética, la "ciencia última" (pág. 39), se ejercita como una operación paciente que conduce al poeta a instalarse en el límite, el borde del posible encuentro, asumiéndose como pura disponibilidad. El trazo leve, la distancia, el enmudecimiento, la inmovilidad, el reflejo, revelan la capacidad negativa de una escritura que se construye reteniéndose, para dar lugar a la aparición:

Yo recepciono las ondas, vigilo cada acorde, te distingo. Voy conformando aquí, sobre la mesa, los ingredientes de tu volumen y, sin saberlo, tú cooperas, casi ordenas que otros te custodien, te reflejen, y das aviso de tus actos, decisiones, y te pones suave cuando te exhibes para que esta figura cada día se te parezca más. ("Creación", pág. 17).



El poeta ha experimentado esos momentos en que se produce el fugaz advenimiento poético (Sin llamarte fue este encuentro e igual fue tu huida, sin un grito, una palabra, pág. 43), por ello su nostalgia (Debo pulir la nostalgia, colocar su volumen sobre el mar, pág. 36) y la aceptación de un oficio destinado siempre al fracaso, en la medida que el encuentro se produce sólo en su deshacerse:


Pero tú también conoces esta magia: llevar al campo, donde se te pudo esperar un siglo, la marca rectilínea, la esencia de tácitas huellas, la acumulación de visiones que el viento siempre ha barrido en el mejor instante; y tú vienes a mi encuentro deshaciendo, con la preciosa mano, lo único cierto: mi juego de amor. ("Muy dulce", pág. 42).






4. El poeta, ante tanta urgencia, ante tanta urgencia...
(Mi tiempo. pág. 41 ).

Los poemas de Mi Tiempo y de Playa de Invierno representan una nueva dirección en la evolución de la poesía de Moltedo que se orienta decididamente a dar cuenta de la posibilidad o imposibilidad de la existencia poética en la vida habitual. De este modo se abre un nuevo espacio del poetizar moltediano: el teatro de la experiencia de lo cotidiano, por el que el poeta deambula meditando sobre los parajes urbanos, los hábitos ciudadanos, sorprendiendo en ellos lo inesperado, el equívoco, el envés, la excepción. Este viaje hacia el reverso de las cosas y acontecimientos cotidianos (que tiene sus raíces esbozadas en la sección tercera de Concreto Azul) describe una trayectoria que, surgiendo del asombro gratificante que ilumina el mundo y nos permite palpar el otro lado de la realidad, conducirá al poeta a una posición de absoluta marginación (En la noche abro los ojos espantado. Soy de otra raza, Mi Tiempo, pág. 57).

El comercio con lo otro termina en el propio extrañamiento del sujeto urbano que anhela entonces una existencia plena entre las materias elementales (el sol, el agua, la hierba) . Sin embargo esta reintegración a lo elemental sólo es posible -y el poeta lo advierte como una certeza definitiva- en la muerte. La presencia de la muerte, avizorada en el paso del tiempo como cumplimiento y acabamiento, plantea el drama profundo del hombre y sus límites, ante el cual, el sujeto permanece en suspenso contemplándose con una fina ironía que tiñe la totalidad de su mirada:


A veces, con el camino ya trazado y la espera en el proscenio, y abajo el público, la calle me parece de pronto una celda y las flores -por allí- un homenaje a la muerte. Y comienzo a girar rápido en torno a la plaza; oxigeno, peces me sorprenden y ya puedo ofrecerles mi tiempo. Mi tiempo que se olvida y que me lleva hasta el mar. Mientras cae el telón, vuelvo a sonreír. ("Ausente", Playa de Invierno, pág.32).


En Playa de Invierno, la poesía es una presencia cotidiana, una aparición en el espacio del lenguaje y de la ciudad, como la propia muerte una realidad misteriosamente presente entre los hombres, que el poeta captura en la mise en scène del poema.

Definitivos fragmentos de una suerte de diario poético, los textos de Moltedo revelan, en medio de tanta escritura realizada por "propuestas", de tantas ingeniosidades carentes de genio, de tanta pirueta improvisada v sucedáneo, que el trabajo del poeta es menos estridente, más literalmente humilde si se quiere, y por eso más profundo y verdadero. Un oficio que hace de los poetas -bien lo sabe Moltedo desde su primer libro- doblemente "cuidadores": de las palabras y de la condición del hombre en el mundo.


5. Es tiempo de liquidar el tesoro, de abrir la caja y volcar el contenido.
("Es tiempo". Día a día, pág).

Varias líneas temáticas, esbozadas en los libros anteriores, se entrecruzan persistentemente en Día a Día, conduciendo al lector en un recorrido íntimo por el Valparaíso de Moltedo y los tiempos que lo van configurando en su diaria recurrencia. No son las grandes gestas públicas, ni las solemnidades monumentales de los conglomerados humanos las que refieren estos poemas. Situada en los márgenes del espectáculo ciudadano, su mirada ilumina oblicuamente, como amaneceres y crepúsculos, espacios interiores, objetos mínimos, bordes y desechos, vestigios y trazas de lo consumido descuidadamente por la maquinaria urbana, otorgándole perfiles y sombras, dimensiones inusuales, frotándolos contra el pedernal del lenguaje para hacerles arrojar su fuego originario. Es el rito antiguo y renovado que oficia el poema y que Moltedo despliega con pasión y cálculo en la madurez de su oficio. Sin aspavientos ni pirotecnia verbal, Día a Día instala la evidencia de que hacer bien un poema es algo muy distante de la retórica de quienes, oportunistamente, se (mal) dicen poetas para correr tras el plato de lentejas del show business, confiando en que engañarán a algún incauto. De la aventura y milagro de la existencia poética, en cambio, son testimonio estos escritos "día a día". Aventura de la más profunda libertad, suceso del habitar poéticamente como confidencia Moltedo a propósito de Neruda y sobre sí mismo:


Pero un poeta perseguido me pareció un milagro
y decidí acompañarlo en la aventura.
Desde entonces domino cada rincón de cada selva
y mis batallas contra el poder las gano en el poema.



Sirviéndose de la anécdota de la persecución política de Neruda y su clandestinidad en Valparaíso, el texto viene a sostener que la condición contemporánea de la poesía es existir perseguida por los afanes y los poderes del mundo y también por las claudicaciones humanas del propio poeta. En esas circunstancias, perseguida, la palabra de Moltedo construye un discurso que fustiga, desenmascara, gana batallas, reflexiona sobre la aplastante desmesura del poder, no transige con los totalitarismos de ningún signo, ni las prebendas o las viles ganancias que esclavizan y destruyen el planeta haciendo más evidente la fragilidad de la existencia y la presencia de esa compañera de por siempre que es la muerte. En el despliegue de su poesía, estos textos vienen a decir sin ambages que el poema no se satisface en el solo placer estético, sino que adquiere fuertes dimensiones éticas, inscribiéndose así en la tradición de la más alta poesía en nuestra lengua, como la de Quevedo que tanto aprendió de los latinos Marcial, Lucano, Séneca, Catulo, que también laten en los versos de Moltedo. Esta poesía libertaria y crítica sabe también recoger la belleza imperturbable de los mares libres, a pesar de las cloacas urbanas que los invaden, de los contenedores que los ocultan, de las cajas de zapatos que los surcan. El mar es tal vez uno de los símbolos más recurrentes en la poesía moltediana, una suerte de doble del sujeto poético y al mismo tiempo figura de la más absoluta otredad, refugio de la libertad y espacio abierto de lo maravilloso, presencia de lo inalterable e insondable. Ciudad y mar, artificio y naturaleza, uno frente a otro, hacen que la existencia "día a día" del litoral de Valparaíso sea una continua dialéctica de negaciones y cercanías. La ciudad de los hombres en su afán mercantil ha ocultado el mar, pero éste siempre es recuperado por la mirada del poeta que percibe en todas sus manifestaciones, sus olas, los pájaros marinos, los roqueríos, el ritmo de las mareas, los peces, etc., los signos de un lenguaje secreto que habla de las realidades esenciales del hombre. Así, por ejemplo, la sucinta observación de un velero en la bahía motiva una reflexión, no exenta de ironía, sobre el destino humano y el instante inadvertido en que existe el poema

Velero.
¿Para qué, para quiénes?
No obstante, una vez más,

para olvidarlo;
última ocasión para ver sobre el mar un
pétalo o un insecto sin carga ni destino
-sin razón- que emula a la gaviota y
arranca exclamaciones cuando va sostenido
por el aire, como todo lo exiguo e inútil que
impresiona por el campo en que se mueve
cuando ya es tiempo de tocarlo con el dedo
y que se hunda.


Lo que aparentemente es casi la simple descripción (Beschreiben) de una experiencia habitual en las tardes estivales de quienes habitan los parajes del litoral, viene a constituir una intensa alegoría de la poesía y la vida, percibidas en la duración del instante, en su fragilidad y belleza, en su gratuidad y gracilidad, que desafían toda la racionalidad finalista ("¿Para qué, para quién?") del provecho, los intereses y las utilidades ("sin carga ni destino ­sin razón-"), afirmando, en cambio, la absoluta y arriesgada libertad de existir en ese instante "sostenido por el aire".

A mi juicio este texto encierra una ética y una poética que sustancia el quehacer poético de Moltedo. Poesía y vida encuentran su imagen más ajustada en este "pétalo" de mar, frágil, "exiguo e inútil", destinado al olvido, existiendo precariamente ­basta un dedo para hundirlo- en la suspensión. A lo largo de toda su obra, Moltedo revela una vocación de márgenes y periferias, una escritura de los límites, en la cual las imágenes del litoral (la playa, el puerto, la costanera, la orilla, etc.), el espacio donde se deshacen juntos la tierra y el mar, va erigiéndose en el símbolo axial y definitivo que remite tanto a la experiencia poética (mar = página en blanco) como a la humana (mar = muerte-vida) de la existencia, comprendida como la emergencia que nace del fondo continuo del desaparecimiento. (Este es el final de la costa: donde el faro apunta y se desprende. Playa de Invierno, pág 63).

6. Permitió que una ciudad soñada entrara en la ciudad.
("Regalaron". Regreso al Mar, pág. 91).

Es sabido que la descripción poética, apartándose del objeto "real" a través de diversos mecanismos (ampliación, ralentización, negación, metaforización, fragmentarismo, etc.) se orienta a transformar el objeto original en una realidad solamente lingüística, un objeto poético. No obstante, el objeto poético descrito arrastra rasgos concisos y fragmentarios del objeto original, que permiten al lector ingresar en la situación comunicativa. En el caso de Moltedo ­al igual que en gran parte de la poesía de la modernidad- ese objeto está configurado por la realidad urbana, la ciudad (Valparaíso, específicamente) sobre la que recae su mirada de paseante, de observador extraño que viene de lejos a descubrir una ciudad en la que vive. Su ojo abierto, su oído atento, buscan en medio de la multitud ciudadana otra cosa que esa misma multitud no percibe. El poeta, en tanto paseante urbano ­bien lo sabía Baudelaire- se siente atraído por esas construcciones ciudadanas que tienen por objeto el empleo colectivo: las grandes tiendas, las estaciones, los edificios públicos, los muelles, los paseos urbanos, etc. que han supuesto la aparición de las grandes masas en la escena de la historia. Estos espacios citadinos, matizados por las peculiaridades geográficas de Valparaíso conforman un inmenso escenario por donde deambula el sujeto tematizado en los poemas, reflexionando sobre los paisajes urbanos, sorprendiendo en ellos lo inesperado, lo equívoco, el revés de su trama, e incorporándolos a su propia existencia que, a su vez, se proyecta sobre el mundo para absorberlo, cargada con su deseo, su memoria y sus pasiones marcados por el tiempo y la historia.

En la escritura de Moltedo, este deambular que va revelando el reverso de la realidad apariencial, de la realidad "oficial" de la ciudad, conduce al sujeto poético a una posición de marginación absoluta, a reconocerse como de otra raza. Extrañamiento que podría ser superado al reintegrarse el sujeto con las materias elementales, lo que no pasa de ser una ilusión, pues tal reintegración sólo se cumple auténticamente en la muerte ("el regreso al mar"). Entretanto, este veedor de la ciudad, parece obligado a la distancia en medio de la multitud, a la crítica mordaz, pero también a la palabra consoladora y asombrada que descubre oblicuamente otra dimensión de la realidad urbana del litoral de Valparaíso. Así en el poema que lleva por título precisamente "Valparaíso", incluido en la plaquette Las cuatro estaciones:


Valparaíso
La estación Puerto ­Berlín- bajo
bombardeo. Murallas agrietadas
-albergaron grandes dirigibles- y
terminal donde la espera juega ajedrez
y un resto de olas tiñe un zócalo vacío
junto al mar.
Después del ataque sólo sueño entre
latas y basuras a pesar del niquelado
continuo de la Bauhaus que todavía
lanza sus recuerdos por el ojo
entrecerrado de buey.
Judíos y bolsos y la solución final
arriban del interior -creen ver el mar-
y sus sombras desfilan a la par de los
vagones de carga y van camino de la
lluvia ­creen sentir el viento-
flanqueadas por los últimos testigos:
restos, chapas, manillas arrancadasy el piso deja entrever la red de


alambres y un panel de piedras
relucientes por el paso de las botas
de la muerte, hoy.



Como puede observarse, en el poema se hace referencia a espacios y tiempos diversos que se entrecruzan indistintamente, lo que obliga al innominado sujeto poético a resituarse dentro de un espacio cuyos referentes son productos de la historia y la cultura alemana del siglo XX (la guerra del 39 al 45, la "Endlösung" y el movimiento arquitectónico de la Bauhaus) que operan en el imaginario colectivo alimentado, en nuestro medio, principalmente por imágenes provenientes de filmes, documentales y lecturas. Junto a ello comparecen datos referenciales locales del espacio y el tiempo (la Estación Puerto, hoy) que dan cuenta de un presente observado con minucioso interés por ciertos detalles casi fotográficos. Ampliación de la descripción que hace conciencia de lo abandonado, lo marginado, lo derruído del edificio y que sume al sujeto en un estado de profundo desasosiego concretado en el distanciamiento del desdoblamiento y la reduplicación. Los pasajeros actuales del tren que arriba del interior son duplicados de los judíos víctimas de la solución final, en realidad parece tratarse entidades desdobladas (pasajeros-judíos) y lo mismo ocurre con la estación y Berlín. La ambigüedad del término "sueño" (en la línea 7), que puede actualizarse como sustantivo o como presente del verbo, permite (si se lee en este último sentido) introducir la figura del sujeto observador tematizado en el texto y su mirada metaforizada por el ojo de buey entrecerrado que observa la derelicta edificación al mismo tiempo que recuerda la Bauhaus y la perfecta limpieza de sus soluciones constructivas. En el juego de tiempos y espacios, de imágenes evocadas y objetos actuales se entretejen el sueño y la muerte, el escalofriante final de un presente manifestado con amargura y feroz ironía. Esta mirada que desnuda despiadadamente la realidad se asumirá como pasión crítica en los acerbos textos de La Noche.


7. ...el viento sabio y el viento negro de la noche.
(La Noche, pág. 53).
En efecto, la escritura de La Noche es una pasión. Una pasión que intuye que no todo en el hombre es voluntad de dominio, de palabras de enseñoramiento que destruyen al otro, al disidente; una pasión que critica al insomne monólogo del poder y se enerva contra sus feroces aristas; una pasión por esa intensidad de lo humano que ha denominado a veces su libertad o su espíritu. Sin esa misma pasión es imposible acercarse a estas páginas, Exasperados por un poco de luz nos sumergimos en esta agua oscura de la noche con el vértigo que produce el desciframiento de unos signos ambivalentes que dicen y no dicen, que hablan y callan a la vez.

Los textos de La Noche se sustentan en una poética de la pérdida, del autoexilio en la escritura, o en los espacios por ella fundados. Espacios mínimos, lugares de distanciamiento, bordes litorales en los que se sostiene el discurso amenazado por la gran explosión central de la nocturnidad que amenaza cubrirlo todo ("En Chile la noche es eterna", pág. 19).

Esa presencia ominosa de la noche es dicha desde el regate, la finta, el propio modo de andar de un sujeto sin sujeción estable, un sujeto situacional, "re-situado", magullado e iracundo, consolador y mordaz, que emplea registros, tonos, voces y procedimientos múltiples: aforismos, giros coloquiales, muletillas, frases despojadas de sus habitualidad, restos de discurso de la ley y del poder, ironías, sarcasmos, diatribas, estrategias discursivas cercanas al relato suspendido, frases de sintaxis quebrada, etc., con los que se articulan peculiares monólogos en que se hunden y rescatan ritmos y saberes, imágenes y experiencias, palabras balbuceantes, cargadas de sus propias dudas, palabras certeras y afiladas, indudables, a través de las cuales este poema fragmentario (si bien el libro contiene 113 textos autónomos, me parece que se trata de un solo extenso poema dispuesto en fragmentos) se encara a la actualidad de nuestra existencia, en estos tiempos de exangüe transitoriedad o permanente transición de la historia hasta el fin de la historia sin fin.

En este libro, la poesía de Moltedo se va adentrando en un territorio de zozobras, donde las anteriores búsquedas esenciales ceden su lugar a la reconstrucción de la experiencia, la experiencia de los marginados urbanos, la experiencia de los borrones y los horrores del poder, del amordazamiento y el embrutecimiento, del despojo y las apariencias, del velo de consenso extendido arteramente sobre todas las concesiones. En este libro, la poesía, burlando el difícil estrecho de la crítica de compromiso, del desaforo expresivo de la sensibilidad, de las refutaciones, de los cucuruchos de papel, es capaz de encontrar su centro en la inmediatez de la situación sin descansar de su auténtica misión: Verdad práctica, enunciando ­como enseñara el Lautreamont de las Poesías- "las relaciones que existen entre los primeros principios y las verdades secundarias de la vida. La misión de la poesía es difícil". En este des-cubrimiento, desnudamiento, de la autoridad sin ley, de la legalidad incluso sin ley, el espacio circundante (no importa qué lugar o tiempo, por que la noche ocurre en Florencia, o en el 39, o por doquier), es el espacio donde el otro, el otro de carne y hueso, el débil, el arrinconado, el vejado, el consumido. el desaparecido, tiene un lugar protagónico, con el dolor, la rabia, el despecho, el candor, el desconcierto. El malestar físico y psíquico de quien habla en La Noche es también el mal que anida en los desventurados, en los olvidados del paraíso que somos de alguna manera todos los hombres.

La escritura de La Noche es pura y dura transgresión de esa oscuridad donde no hay estrellas, ni siquiera las del recuerdo (como dice H. Crane), donde no hay referencias fijas ni seguras para navegar el océano inacabable que se extiende como una mancha infinita. Pero como transgresión, esta escritura, este ojo de la noche, también se sabe atada irreparablemente a lo que denuncia y de lo que se distancia. (En vez de tanto ojo en blanco y pucheros morales hoy, en tiempos de paz ¿por qué no pronunciaste una sola palabra en tiempos de muerte, mierda? Pág.46). La escritura transgresora -y me apropio aquí de la idea de Foucault- es algo así:

"como el relámpago en medio de la noche que, el fondo del tiempo, le da un ser denso y negro a lo que ella niega, lo ilumina desde el interior y de arriba abajo, pero a esa oscuridad le debe sin embargo su viva claridad, su singularidad desgarrada y dirigida que se pierde en ese espacio que la noche firma con su soberanía, y calla al fin, habiendo dado un nombre a lo oscuro."1


Es relámpago entonces lo que nos nombra, lo que nos descubre, lo que nos desnuda. Escritura, relámpago negro sobre el fondo de la noche que sobrevive a su instante para que el hombre, de tantos lugares expulsado, no sea también expulsado de la poesía y la palabra. La Noche de Moltedo toma el relevo en la resistencia a esa expulsión, oficiando una feroz ceremonia de exorcismo, al término de la cual ­esperanzadoramente­ la noche del mundo dará paso a la orilla azul del mar.

Los esperamos en la orilla azul. Vengan de todos los rincones. Vengan traperos, santeros, gitanas, mendicantes, cuenteros, promocionantes, mandaderos, vergonzantes, pedigüeños, etc.
El mar los desnuda y se lleva la mugre (pág.59).







NOTA

1 Michel Foucault. "Prefacio a la transgresión." Tomado de Dits et Ecrits Tomo I pp. 233-250. Incluído en Literatura y Conocimiento. Universidad de los Andes. Mérida. 1999. pág. 153 (Trad. de G. Gavidia).


DE NORDENFLYCHT BRESKY, Adolfo. Ética y poética del hombre invisible: siete notas sobre la escritura de Ennio Moltedo. Rev. signos, 2000, vol.33, no.47, p.61-70. ISSN 0718-0934.